REQUIEM PARA HORMIGAS
Vuelta a
casa y ahí estaban.
Cadáveres
colgando de las sábanas,
sobre la
alfombra,
en los
mosaicos,
arrollados
sobre sí mismos
en la fría
madera del piso.
Qué imagen,
qué espanto, qué pena:
ayer tan
vivas y hoy tan muertas.
Ayer
inundando mi espacio, dueñas de todo,
irascibles,
hincando sus dientes en mi carne,
demostrando
poderío;
hoy pura
ruina, pura destrucción.
Ayer
silenciosas y letales.
Hoy solo silencio.
Hoy sólo cadáveres,
cadáveres
desparramados
por doquier.
Mi casa se
ha convertido en un cementerio,
mi cama en una tumba.
Las veo ahí,
inertes y me parece surrealista
.
Trato de
reconstruir sus últimos minutos, lo hago,
pero apenas
puedo: todo es tan confuso...
Recuerdo el
dolor, el pánico,
las
corridas, la llamada,
el resoplido
constante,
susurros y
nada.
Después de
eso nada.
¡Ah! sí, la
huida, la necesaria huida
que ese
vértigo y esas náuseas me generaban...
quizá hubiese una imagen más en el medio de
ese caos,
es posible,
pero es
inútil, esta velada.
Ayer...
sólo sé que no volví la cabeza atrás.
Hoy me dirigí
temerosa a ver qué había quedado.
Solo encontré olor a
muerte y a veneno.
Y cadáveres.
Y también silencio, interrumpido por una gotera en la cocina.
Supe que volví
a limpiar la escena
en cuanto me
paré en el marco de la puerta
y aprecié el
desastre.
-No es
tu culpa-
me dije.
-No lo es.
No lo es.
-No lo sé.
Envuelvo sus cuerpitos duros en las sábanas,
y mientras lo hago, el desastre:
entre los
lienzos, de repente,
una sobreviviente
testigo de
la matanza.
Y entonces el pánico de quedar en evidencia,
tiemblo, me
desespero,
-¿Qué hago?
¿Qué hago?-
Se desata la locura y el sadismo
y la termino,
con mis
propios dedos...
-Sí...
Sí.
Es el fin.
La reúno con sus hermanas,
en un acto
solemne de piedad
para que no
se sienta sola...
Con mis
propios dedos.
Y ya está. Eso
es todo.
O casi.
Como acto
postrero, dos:
las devuelvo
a la tierra,
para que
desde donde sea que estén,
vean que no
soy rencorosa;
les escribo
un réquiem,
para que
tampoco ellas
me guarden
rencor.